FEBRERO: HOMENAJE A DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO
- EN EL MES DE SU NACIMIENTO -
BIOGRAFIA
Nació en la ciudad de San Juan el 15 de febrero de 1811. Fue su madre doña Paula Albarracín, y su padre, don José Clemente Sarmiento.
Cursa la instrucción primaria en la "Escuela de la Patria" de la ciudad natal, una de las mejores del país a la sazón: por su inteligencia y contracción al estudio se le proclama "primer ciudadano" de dicha escuela. Falla dos veces su intento de continuar sus estudios en Buenos Aires. A los 15 años, acompañando a su tío, don José de Oro, funda en san Francisco del Monte (San Luis), la primer escuela entre las centenares que le deben su nacimiento. Allí concibe la idea de regenerar a la patria por la ilustración pública, idea que es como el eje y la fuerza motriz de toda su vida. Al año siguiente, de retorno en San Juan, trabaja dos años como dependiente en la tienda de una tía suya; en los ratos libres, lee infatigablemente. Toma como modelo a Franklin.
Las circunstancias le obligan a tomar partido en la política y se decide por el unitarismo. Se lanza a la guerra civil.
En 1831, tras el triunfo de Facundo Quiroga, Sarmiento emigra a Chile. Es maestro en la escuela de Putaendó donde gana 13 pesos mensuales de sueldo. Luego es dependiente de tienda en Valparaíso. Con la mitad de su sueldo costea sus estudios de inglés. Pasa más tarde a oficiar de mayordomo en las minas de Copiapó. Como su salud corre muy serio peligro vuelve en 1836 a San Juan. Allí funda una sociedad dramática y luego en 1838, junto con varios jóvenes ilustrados, la Sociedad Literaria, filial de la Asociación de Mayo. Lee durante dos años infinidad de libros. Funda un colegio de mujeres, Colegio Santa Rosa, y su primer periódico: El Zonda (1839). El 18 de noviembre de 1840 salva milagrosamente su vida. Toma, al día siguiente, la vía del destierro, e inscribe aquella sentencia indeleble en una de las rocas de los Andes: "Las ideas no se matan":
En Chile despliega gran actividad y conquista altas posiciones. Se lanza a la política, apoyando a don Manuel Montt, su constante amigo y protector. Colabora en distintos periódicos, dirige la primer escuela normal de Sud América (1842), es nombrado, al fundarse en 1843 la Universidad de Chile, miembro del cuerpo académico de la Facultad de Filosofía y Humanidades, donde auspicia la simplificación ortográfica. Con Vicente Fidel López crea un colegio particular, el Liceo. Durante tres años (1842-45) dirige El Progreso, primer diario, cronológicamente hablando, que aparece en la capital chilena. Publica varios textos escolares, cartillas y silabarios; dos millones de niños chilenos aprenden a leer por su Método de lectura gradual (1845). Desde el punto de vista literario, esa estancia de Sarmiento en Chile es la más fecunda de su existencia. Aparte de numerosos artículos periodísticos edita "Mi defensa" (1843) y su trabajo sobre Aldao (1845), el cual lo alienta, en virud del éxito obtenido, a escribir su obra capital, Facundo (1845).
Desde 1845 a 1848 viaja por Europa y los Estados Unidos, mandado por el gobierno de Chile a estudiar la organización de la enseñanza primaria. Ese viaje completa su formación mental. De vuelta al país amigo publica dos obras maestras, los "Viajes por Europa, Africa y América" y "Educación Popular", ambas de 1849, la última su obra preferida. Al año siguiente, ve la luz "Argirópolis", libro en el cual aboga por la concordia de los argentinos y la adopción literal de la Constitución de los Estados Unidos. A fines de ese mismo año hace conocer "Recuerdos de Provincia", la mejor escrita y la más tierna de sus obras.
Se incorpora, con el grado de teniente coronel, al ejército de Urquiza (1852). Emplea en Palermo la misma pluma de Rosas en escribir el parte de la victoria de Caseros. Disgustado con el militar entrerriano, gana surincón chileno (junio de 1852), publica su "Campaña en el Ejército Grande", y sostiene su célebre polémica con Alberdi. De pronto, y emulando a su oponente, escribe en 1853, "Los comentarios de la Constitución". Rechaza la diputación que se le ofrece en el Estado de Buenos Aires y, en seguida, al Congreso del Paraná, en representación de Tucumán, proclamándose provinciano en Buenos Aires, porteño en las provincias, argentino en todas partes.
En 1855, impaciente por actuar en su patria, vuelve a Buenos Aires. Redacta el diario El Nacional, es electo concejal (1856) y designado Director de Escuelas (1856-62), y tres veces senador (en 1857, 1860 y 1861). En 1860 desempeña un papel muy lúcido en la Convención reformadora de la Constitución. Ministro de Gobierno bajo la gobernación de Bartolomé Mitre, trabajo a su lado por la unidad nacional. Fracasadas las gestiones pacíficas, y después de la batalla de Pavón, va con la expedición del general Paunero a las provincias de Cuyo. Es designado gobernador de su provincia. En dos años de ejercicio de ese cargo (1862-64) realiza una labor titánica, hasta que se le nombra ministro argentino en los Estados Unidos (1865-68). Sin contar con partido propio es elegido Presidente de la Nación (1868-1874). Al bajar de la presidencia se le designa senador nacional por San Juan. En 1879 desempeña efímeramente, en momentos muy difíciles la cartera del Interior. Dirige la instrucción primaria en la Provincia de Buenos Aires (1875-79) y en el orden nacional (1881). Publica "Conflicto y armonía de las razas en América" (1883), va en misión cultural a Chile en 1884; edita el diario "El Censor" (1885), donde inserta después su libro sobre Francisco Javier Muñiz y "Vida de Dominguito", el hijo muerto en la guerra del Paraguay.
Resentido seriamente en su salud parte al Paraguay en 1887 y retorna al vecino país por última vez al año siguiente. El 11 de septiembre de 1888 fallece en Asunción. Sus restos fueron inhumados en Buenos Aires, diez días después. Ante su tumba, Carlos Pellegrini sintetizó el juicio general: "Fue el cerebro más poderoso que haya producido la América".
* Tomado de: http://www.unahistoriadistinta.com.ar/sarmiento.htm
- UN TEXTO DE SU PLUMA -
FR. Justo de S.ta María de Oro
De entre aquellos sabandijas vivarachos, turbulentos i traviesos de los hijos de Don Miguel, el mayor de todos, Justo, contrastaba por el reposo de su espíritu reflexivo, i la blandura de su carácter. Era la víctima de la malicia inquieta de sus hermanos José i Antonio en la niñez; tirábanle con las almohadas cuando dormía, meábanle las botas cuando iba a levantarse, i a toda hora del día suscitábanle tropiezos, tendíanle asechanzas, i lo acusaban a su severa madre de diabluras que ellos hacían exprofeso para ponerlo en aprietos.
El niño Justo fue llamado así para perpetuar el nombre de Fr. Justo Albarracín su tío, que era cuando nació la lumbrera del Convento de Santo Domingo i el timbre de la familia; i en aquellos tiempos en que las familias aristocráticas estaban debidamente representadas en los claustros, el primojénito de a familia Oro fue destinado a seguir bajo el hábito dominico la no interrumpida cadena de frailes sabios de la familia. Mostrose desde luego, digno sucesor de sus antepasados; i en prosecución de sus estudios fue enviado a Santiago, capital entonces de las provincias de Cuyo, donde distinguiéndose por su capacidad desempeñaba cátedras de teolojía a la edad de 20 años; recibió las órdenes sagradas a los 21 años por dispensa de Pío VI, i pasó a la Recoleta Dominica luego en prosecución de a perfección monástica. Sus prendas de carácter, saber i costumbres debían ser mui relevantes, puesto que los Recoletos lo pidieron a pocos años de incorporado en su orden por Director vitalicio, i que el Jeneral de la Orden en España acordó esta solicitud.
El nuevo prelado se entregó desde luego al instinto creador de su jenio. La hacienda de Apoquindo perteneciente a la comunidad, debía transformarse en una sucursal de la Recoleta Dominica, i para obtener los permisos necesarios o hacer adoptar sus planes al Jeneral de la Orden, hizo un viaje a España, la Europa de aquellos tiempos, en donde lo sorprendió la revolución de la Independencia. Como Bolívar, como San Martín i todos los que se sentían con fuerza para obrar, voló a incorporarse a los suyos, desembarcó en Buenos-Aires, aplaudió la revolución, vio de paso a su familia, regresó a Chile a su convento, i después de haber prestado su cooperación a los patriotas hasta 1814, emigró a las Provincias Unidas en el momento de la restauración de la dominación española. Nombrado Diputado al Congreso de Tucumán por la provincia de San Juan con el ilustre Laprida que fue electo Presidente, tuvo la gloria de poner su forma en el Acta de la Declaración de Independencia de las Provincias Unidas, tomando parte en todos los audaces trabajos de aquel Congreso; siendo suya la moción que adoptó el Congreso de aclamar por Patrona de la América i Protectora de la Independencia Sur-Americana, a Santa Rosa de Luna.
La reconquista de Chile abría de nuevo a su actividad el teatro de sus primeros honores, acrecentados ahora con el prestijio que daba la participación en las decisiones del Congreso de Tucumán, que a lo lejos inspiraban una especie de estupor a fuerza de ser solemnes i decisivas. En 1818 zanjó una de las mas graves cuestiones que embarazaban la marcha de los negocios. Las Órdenes relijiosas divididas en realistas i patriotas dependían del Jeneral de la Orden establecido en España; i la influencia popular del fraile podía echarse de través en la marcha de la revolución aun no bien asegurada. El Provincial Fr. Justo de Santa María declaró la Independencia de la Provincia de San Lorenzo Mártir de Chile en la Orden de Predicadores, como los patriotas chilenos habían declarado la Independencia civil i política de la nación, como él mismo había firmado la Acta de la emancipación de las Provincias Unidas. Al leer las Actas Capitulares del Definitorio de la Orden de Predicadores, se reconoce que han sido inspiradas por el jenio del Congreso de Tucumán. «Fr. Justo de Santa María de Oro, dicen, Profesor de Sagrada Teolojía i humilde Prior i Provincial de la misma Provincia. Venerables Padres i hermanos carísimos: Conforme a los principios inmutables de la razón i de la justicia natural, declaró Chile su libertad dada por el Creador del Universo, decretada por el orden de los sucesos humanos, i confirmada por la gracia del Evanjelio. A despecho de la ambición i del fanatismo del antiguo trono español, despedazó las cadenas de su esclavitud, rompió todos los vínculos que lo ligaban a la triste condición de una colonia, i declaró ser, según los designios de la Providencia, un Estado soberano, independiente de toda dominación estranjera. Revindicando su libertad i en ejercicio de ella misma constituyó los altos poderes que han de regular, i dirijir a su felicidad a la nación.»
«La Iglesia ha seguido en todos tiempos los progresos de la civilización i engrandecimiento de los imperios para apoyar i sostener la Independencia Nacional. Desde que un Estado recobra su libertad, al punto caduca al respecto del clero secular i del regular toda la jurisdicción que ejercían en ellos los prelados de otro territorio. Esta se devuelve al Sumo Pontífice, &c...»
Sobre tan sólida base se declaró la Independencia de la Provincia de Santiago, quedando reasumidas las atribuciones de Jeneral de la Orden en el mismo Fr. Justo, Provincial de la Recoleta Dominica.
El convento había dado pues, todo lo que podía en honores, trabajos, i títulos. El D.r Fr. Justo necesitaba un nuevo campo, una mitra sentaría bien sobre la cabeza del Prior, Provincial i Jeneral de la Orden. León XII trabajaba por entonces en anudar las relaciones interrumpidas por la revolución entre la Sede apostólica i las colonias americanas; una buena política le aconsejaba congraciarse la América independiente para cohonestar el cargo que sobre la Sede apostólica pesaba de complicidad i connivencia con los Reyes de España. El por tantos títulos digno Diputado de uno de los Congresos americanos, era pues un candidato para el episcopado, que acreditaría aquellas buenas disposiciones de la Santa Sede. Sabíalo el padre Oro, i tenía sus ajentes en Roma que le avanzaban la jestión de sus negocios. En 1827, le vine recomendado por su hermano Don José, como un miembro de la familia; acojiome con bondad, i a la segunda entrevista me inició en sus proyectos, contándome todo lo obrado, a fin de que pudiese a mi regreso a San Juan, satisfacer plenamente la curiosidad de sus deudos. Sus Bulas de Obispo Taumacense no tardaron en llegar en efecto. Consagrolo en San Juan el Señor Cienfuegos en 1830, i poco después fue creado Obispo de Cuyo por Gregorio XVI, que al efecto segregó esta provincia del Obispado de Córdova.
Esta erección de un nuevo Obispado dio motivo a que Oro volviese a tomar la pluma para desbaratar los obstáculos que a sus designios querían oponerse. Era por entonces Vicario capitular en sede vacante de la Catedral de Córdova el Dr. D. Pedro Ignacio de Castro Barros, antiguo diputado del Congreso de Tucumán i Cura titular de la Matriz de San Juan, la misma que iba a ser elevada a Catedral. Desde 1821 en que había sido nombrado cura, los gobiernos sucesivos de la Provincia le habían prohibido entrar en funciones, por librarse de las malas artes de aquel caudillo del fanatismo; desempeñandolo como cura sufragáneo el Presbítero Sarmiento hoi Obispo de Cuyo, i para quien venían Bulas que lo elevaban a la dignidad de Dean de la nueva Catedral. El Dr. Castro Barros, fuese ambición, fuese terquedad, se negó a reconocer las Bulas pontificias, reunió el Cabildo de Córdova, i por una serie de irregularidades, poniendo aun en duda la autenticidad de los diplomas, elevó una representación a la Curia, para que desistiese de la segregación ya ordenada i consumada. El Obispo Oro mandó imprimir a Chile un folleto (11). El Dr. Castro Barros ha publicado su Recurso al respaldo de un Panejérico de San Vicente Ferrer, Buenos-Aires 1835, Imprenta Arjentina. En los documentos publicados por el Obispo Oro, nótase esta frase del oficio del Gobernador de San Juan, dictado por el mismo Obispo: «-Por lo cual el Gobierno advierte al Sr. D. Pedro Ignacio de Castro, que considera atentatoria a la Relijión, Unidad de la Iglesia, obediencia al Romano Pontífice, i consideraciones debidas a este gobierno de San Juan, las pretensiones que promueve en la nota de 15 de agosto, que se le dirije de Córdova, i deja terminantemente contestada con la reserva, en el archivo secreto de esta administración.» Barros por la nota así contestada había querido sublevar la autoridad civil como lo consiguió en Mendoza, a fin de oponerse a la decisión de la Silla apostólica. El párafo 31 de la impugnación del Obispo Oro lo dice terminantemente. «Se ha puesto igualmente el reparo de faltar al Breve de que se trata, el plácito de la autoridad temporal; i para ello se dice, que este es un asunto esencialmente nacional, que exclusivamente pertenece al Congreso Jeneral; se incita a los Sres. Gobernadores de Cuyo (a protestar contra la Bula); se toca el influjo del Exmo. de Córdova, encareciendo la eminencia del puesto que ocupa; i recordando a los demás Exmos. Sres., hallarse constituidos en los mismos deberes.»
Por fin en la nota (d) añade: «El Sr. Castro Barros escribió proponiendo una transacción entre aquella Curia i el Vicario Apostólico, sin que cosa alguna se hiciera trascendental. En 6 de agosto propone al Capítulo ajenciar este negocio con los Gobiernos de Cuyo (esta no ha remitido en copia); hace suspender la primera sobre el obedecimiento del Cabildo en 25 de julio; con sus oficios de ajenciamiento alarma a dichos Gobernadores, provocándolos a un desobedecimiento a la Silla Apostólica, da al público impreso su dictamen de resistencia al Santo Padre.»
Estas intrigas del Dr. Castro Barros fueron fatales a su ambición. Un año después recibió de Roma el aviso de estar nombre inscrito en las notas negras de la Curia Romana, como sacerdote rebelde a la autoridad pontificia, i por tanto inhábil para desempeñar durante su vida función ninguna eclesiástica. En vano Castro Barros envió a sus espensas al clérigo Allende su amigo a Roma, a sincerar su conducta: todas las puertas se cerraban a la aproximación de Allende, quien tuvo que regresar a América, sin una palabra de consuelo para su amigo, fulminado por los rayos de la Iglesia. Desde entonces el Dr. Castro Barros se echó en el ultramontanismo más exajerado, gastó mas de cinco mil pesos en reimprimir cuanto panfleto cayó en sus manos, contra el Patronato Real, en defensa de los Jesuitas, de la estinta inquisición, i cuanto absurdo puede sujerir el deseo de congraciarse con la autoridad pontificia, a cuyo reconocimiento él había querido poner trabas, cuando aquel reconocimiento no convenía a sus intereses particulares. En 1847, cuando estuve en Roma, me preguntaron por Castro Barros personas que tenían injerencia en la Curia Romana, repitiéndome la proscripción irrevocable que pesaba i pesaría sobre él hasta su muerte. Las principales obras espiatorias de Castro Barros son el Triario literario o tres sabios dictámenes sobre los poderes del sacerdocio i del imperio, reimpreso en Buenos-Aires a expensas del Dr. Castro Barros con el loable objeto de que se salve su recíproca independencia. -Restablecimiento de la Compañía de Jesús en la Nueva Granada, reimpreso a solicitud del Dr. Castro Barros, con notas suyas que dicen: «Los Papas, Inquisición, Compañía de Jesús, i todos los Institutos relijiosos, han sido siempre impugnados i zaheridos por los herejes, impíos i demás, enemigos de la relijión católica.» «Con más razón los Jesuitas serán los granaderos del Papa en la Nueva Granada...» equívoco ridículo, al que puede añadirse el verso de Beranger: Les Capucins sont nos cosaques, etc. «Nada de esto agrada a los filósofos del día, sigue, porque dicen que, no hai Dios cielo, ni infierno. Ah Bestias! «Estos i otros desahogos del ambicioso condenado por la Iglesia, le merecieron a su muerte en Chile los honores de Santo i uno de sus panejiristas esclamaba al fin: «Si no temiese anticiparme a los fallos de la iglesia, yo solicitaría la protección de San Pedro Ignacio Castro.» Pero como no se hacen santos, sin la beatificación de la Iglesia, podemos estar seguros de no tener que doblar la rodilla ante uno de los majaderos que más sangre han hecho derramar en la República Arjentina por fanatismo, por ambición personal, por intolerancia i por hipocresía. Abandoné su biografía por no contrariar los propósitos de sus adoradores, pero aquí me permito estampar la verdad en asuntos que son puramente domésticos i que atañen a mi familia.
Después de consagrado i reconocido Obispo, Fr. Justo se entregó a la multiplicidad de creaciones accesorias a la Catedral que había levantado, i en esta tarea de todos los instantes de su vida mostró la enerjía de aquel carácter, i la pertinacia de designio que enjendra las grandes cosas. En una provincia oscura, destituida de recursos, debía establecerse una Catedral, un seminario conciliar, un colejio para laicos, un monasterio abierto a la educación de las mujeres, un coro de canonigos dotados de rentas suficientes; i todo esto lo emprendía Fr. Justo, a un tiempo, con tal seguridad en los medios, i tan clara espectación del fin, que se le habría creído poseedor de tesoros, no obstante que a veces i casi siempre faltábanle los medios de pagar el salario de los peones. Quería construir un Tabernáculo, i faltábale el modelo i el artista que debía ejecutarlo; pero él tenía todo lo demás, la idea i la voluntad, que son el verdadero plano i el artista. Llamábame entonces a mí, tenido por él i por su familia por mozo injenioso, i a tientas i con mal delineados borrones, tomando de un libro un capitel de columna i aun consultando a Vitrubio, llegamos al fin a trazarnos nuestro tabernáculo sobre seis columnas dóricas i una cúpula a guisa de linterna de Diójenes, para que un carpintero menos idóneo aun, realizase aquel imperfecto bosquejo ¡Pero ai! que el Tabernáculo estaba destinado para servir de docel a más humilde objeto de veneración. Estrenélo yo en el catafalco, hecho en sus exequias, i en el cual, simbolizando las dos grandes faces de su vida, se apoyaban la estatua de la Libertad con la Acta de la Independencia en la mano, i la de la Religión con la Bula que le constituía Obispo, esfuerzos de voluntad más que de arte, hechos en honor de aquella vida tan llena, i sin embargo, interrumpida tan adeshora. Todos sus trabajos estaban ya a punto de concluirse, cuando lo sorprendió la muerte; i en los momentos de expirar, «dese prisa, decía, al notario que le servía de escribiente, «dese prisa que quedan pocas horas, i tenemos mucho que escribir;» i en efecto, en aquel momento supremo, daba disposiciones para la terminación de la iglesia del monasterio; la manera como debía enmaderarse; los recursos i materiales que tenía acumulados; sobre su correspondencia a Roma, idea de un adorno para la construcción del coro, el destino de algunas sumas de que le era deudora la Recoleta Dominica, detalles de familia, testamento, su alma entera i su pensamiento prolongándose al través de la muerte; i como se lo decía al Sr. Dean que lo acompañaba en sus últimos momentos «mi corazón está en Dios, pero necesito mi pensamiento aquí, para arreglar la continuación i terminación de mi obra.» La muerte interrumpió aquel dictado, dejando cortada una frase!
Su instrucción era vastísima para su tiempo. Había aprendido el francés, el italiano i el inglés; era profundo teólogo, esto es filósofo, i de sus pláticas frecuentes pude colejir que sus ideas iban más adelante, sin traspasar los límites de lo lícito, de aquello que exijía su estado. La cualidad dominante de su espíritu era la tenacidad, tranquila a la par que persistente. Sabía esperar, aguantándose a palo seco sin perder camino, cuando las dificultades arreciaban. Si solicitaba una concesión necesaria, ensayaba su influencia para obtenerla; desesperanzado pedía otra que conducía al mismo fin, i después la primera bajo una nueva forma. Diez años más de vida habrían dado a San Juan, por conducto del Obispo Oro, progresos que todos sus gobiernos no han sido parte a asegurarle. Quiroga le estorbó fundar un colejio, i la muerte terminar su monasterio docente; i como él debía toda su importancia a la estensión de sus luces, i a la claridad de su injenio, habría puesto toda aquella fuerza de voluntad, que hacia el caudal de sus medios de acción, en jeneralizar la instrucción. El Obispo Oro ha muerto pues, permaturamente a los 65 años, habiendo gastado toda su vida en el penoso ascenso que de humilde fraile de un convento lo llevaba al Obispado; mala estrella común a muchos hombres de mérito que tienen que levantar uno a uno todos los andamios de su gloria, crearse el teatro, formar los espectadores, para poder exhibirse en seguida. ¡Cuantas veces es destruida la obra, que es fuerza volver a comenzar! Cuántos días i años pasados en presencia de un obstáculo que embaraza el paso!
El monasterio que intentó fundar revelaba la elevación de sus miras, i los resultados de una larga esperiencia, ausiliados i bonificados por el estudio de las verdaderas necesidades de la época. Los votos de las monjas no debían ser obligatorios sino por cierto numero de años, concluidos los cuales, debían volver a la vida civil, si así lo tenían por conveniente, o renovar sus votos por otro periodo determinado. El monasterio debía ser mi asilo, i además una casa de educación pública. Debía fundarlo una monja hermana suya que estaba en el monasterio de las Rosas en Córdova i que hoi ha vuelto a San Juan... loca.
Algunos años después, yo emprendí con Doña Tránsito de Oro, hermana del Obispo, i digno vástago de aquella familia tan altamente dotada de capacidad creadora, la realización de una parte del vasto plan de Fr. Justo, aprovechando los claustros concluidos, para fundar el Colejio de Pensionistas de Santa Rosa, advocación patriótica dada por él al monasterio i que cuidamos de perpetuar nosotros. Hija única de doña Tránsito i de uno de mis maestros era una niña que desde su más tierna infancia revelaba altas dotes intelectuales. Fr. Justo, habiéndome conocido en Chile en 1827, i gustado mucho de hallarme mui instruido en jeografía i otras materias de enseñanza, escribió más tarde a su hermana que me confiase la educación de su hija; i de mi aceptación i de los resultados obtenidos, salió entero el programa de educación, i el intento del colejio de Pensionistas de Santa Rosa, que abrimos el 9 de julio de 1839, para conmemorar la Declaración de la Independencia, en que Fr. Justo había tenido parte, i hacer de los exámenes públicos del Colejio, una fiesta cívica provincial, puesto que Láprida el Presidente del Congreso de Tucumán, era nuestro compatriota i aun deudo mío.
En el discurso de apertura del colejio que se rejistra en el núm. 1.º del Zonda, dando cuenta de la escena el malogrado joven Quiroga Rosas decía. «La primera voz que sonó fue la del joven Director, Don Domingo Faustino Sarmiento, que leía el Acta de la Independencia, lo que el concurso escuchó con místico silencio. El mismo en seguida pronunció el siguiente discurso, modesto por su forma, inmenso por el fondo. «Señores: un día clásico para la Patria, un día caro al corazón de todos los buenos, viene a llenar las espectaciones de los ciudadanos amantes de la civilización. -La idea de formar un establecimiento de educación para señoritas no es enteramente mía. Un hombre ilustre cuya imajen presencia esta escena (El retrato del Obispo estaba colocado en la sala) i cuyo nombre pertenece doblemente a los anales de la República, había echado de antemano los cimientos a esta importante mejora. En su ardiente amor por su país, concibió este pensamiento, grande como los que ha realizado, i los que una muerte intempestiva ha dejado solo en bosquejo. Por otra parte, yo he sido el intérprete de los deseos de la parte pensadora de mi país. Una casa de educación era una necesidad que urjía satisfacer, i yo indiqué los medios; juzgué era llegado el momento i me ofrecí a realizarla. En fin señores, el pensamiento i el interés jeneral lo convertí en un pensamiento i en un interés mio, i esta es la única honra que me cabe». El Colejio aquel cuya piedra fundamental pusimos entonces, vivió dos años, i alcanzó a dar frutos envidiables. Oh, mi colejio! cuanto te quería! Hubiera muerto a tus puertas por guardar tu entrada! Hubiera renunciado a toda otra afición por prolongar más años tu existencia! Era mi plan hacer pasar una jeneración de niñas por sus aulas, recibirlas a la puerta, plantas tiernas formadas por la mano de la naturaleza, i devolverlas por el estudio i las ideas, esculpido en su alma el tipo de la matrona romana. Habríamos dejado pasar las pasiones febriles de la juventud, i en la tarde de la vida vuelto a reunirnos para trazar el camino a la jeneración naciente. Madres de familia un día, esposas, habríais dicho a la barbarie que sopla el gobierno: no entraréis en mis umbrales que apagaríais con vuestro hálito el fuego sagrado de la civilización i de la moral que hace veinte años nos confiaron: i un día aquel depósito acrecentado i multiplicado por la familia desbordaría i transpiraría hasta la calle, i dejaría escapar sus suaves exalaciones en la atmósfera. Es posible, Dios mío! que hayamos de hacernos una relijión del conato de conservar restos de cultura en los pueblos arjentinos i que el deseo de instruir a los otros tome los aires de una vasta i meditada conspiración! Vuélvenme en los años maduros las candorosas ilusiones de la intelijencia en las primeras manifestaciones de su fuerza; i aun creo en todo aquello que la juvenil inesperiencia me hacía creer entonces, i espero todavía.
Fue solemne i tierna nuestra despedida. Seis u ocho niñas de diez i seis años, cándidas i suaves como los lirios blancos, agraciadas como los gatillos que triscan en torno de su madre, fueron a darme lección al último asilo que me ofreció mi patria en 1839, la cárcel donde me tenía preparando para arrojarme de su seno por la muerte, la humillación o el destierro; i en aquel calabozo infecto, desmantelado i cuyas paredes están llenas de figuras informes, de inscripciones insípidas, trazadas por la mano inhábil de los presos, seis niñas, la flor de San Juan, el orgullo de sus familias, la promesa del amor, recitaban a la luz de una vela de sebo, colocada sobre adoves, sus lecciones de jeografía, francés, aritmética, gramática, i enseñaban los ensayos de dibujo de dos semanas. De vez en cuando una rata disforme que atravesaba el pavimento, tranquila, segura de no ser incomodada, venía a arrancar chillidos comprimidos de aquellos corazones susceptibles a las impresiones como la temblorosa sensitiva. Las lágrimas de la compasión habían arrasado al principio aquellos ojos destinados a suscitar más tarde tormentas de pasiones; i terminada la lección, i depuesta la gravedad del maestro, abandonádose sin reserva a la charla interminable, precipitada curiosa e inconexa, que hace santas i anjelicales las efusiones del corazón de la mujer. Algunas golosinas enviadas al preso por las amigas, fijaron el ojo codicioso de alguna; i a la indicación de estarles abandonadas, echáronse sobre ellas como banda de avecillas, charlando, comiendo, riendo i estirando los blancos cuellos en torno del plato, de cuyo centro salían por segundos dedos de marfil, escapándose con un bocado. Cantáronme un cuarteto del Tancredo de que yo gustaba infinito, i despidiéronse de mí, sin pena, i animadas de nuevo anhelo para continuar sus estudios. No nos hemos vuelto a ver más! Ni volveré a verlas nunca, cuales las tengo en mi mente aquellas cándidas imájenes de la nubilidad abierta a las castas emociones, como el cáliz de la flor que aspira el rocío de la noche. Son hoi esposas, madres, i el roce áspero de la vida ha debido ajar aquel cutis aterciopelado cual la manzana no tocada por la mano del hombre, i la pérdida inocencia quitar a sus fisonomías la espansión curiosa i presumida que muestra por su desenfado mismo a veces, que ni aun sospecha que hai pasiones en su alma, a las que bastaría acercar una chispa para hacerlas estallar con estrépito.
** Texto tomado de: DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO, Recuerdos de Provincia, Santiago de Chile, Imprenta de Julio Belini i Compañía, 1850, páginas 41 a 51.
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